Salón de pasos perdidos
Una novela en marcha

Este pequeño texto, reproducido en las contracubiertas, no explica mucho y lo explica todo de unos libros que se escriben como diarios y se publican, cinco, seis o siete años después, como novelas, tratando de buscar en la ficción lo que en su realidad les resultaba insuficiente:

“EN las viejas casas había siempre un Salón Chino, un Salón Pompeyano, un Salón de Baile, otro de Retratos, cada uno empapelado o pintado de un color, con unos muebles apropiados y decoración idónea... En estos palacios españoles, un tanto vetustos y destartalados, había también un salón que llamaban de Pasos Perdidos. La casa que no lo tenía no era una buena casa. Era el salón donde nadie se detenía, pero por donde se pasaba siempre que se quería ir a alguno de los otros. Al autor le gustaría que estos libros llevaran el título general de Salón de pasos perdidos. Libros en los que sería absurdo quedarse, pero sin los cuales no podríamos llegar a esos otros lugares donde nos espera el espejismo de que hemos encontrado algo. A ese espejismo lo llamamos novela, y a ese algo lo llamamos vida”.

El primero de estos libros, El Gato encerrado, recorrió cinco editoriales, que lo rechazaron, la mayoría con cartas incluidas en las que me daban a entender, alguna con patente irritación, que había sido muy presuntuoso por mi parte hacerles perder el tiempo con semejante nadería. Se había estado publicando por entregas el año anterior en Citas, el suplemento del Diario de Cádiz, que dirigían Juan Bonilla y José Mateos. Por último se lo pasé a Manuel Borrás. A diferencia de los demás editores, Manolo Borrás era amigo mío, y precisamente por ello, por no querer ponerle en ningún compromiso, lo dejé para el final, sin ahorrarle entonces los avatares por los que había pasado el manuscrito. A la mañana siguiente, haciendo gala de su proverbial hospitalidad, él, Silvia Pratdesaba y Manuel Ramírez lo amparaban en la Editorial Pre-Textos, donde se han publicado todos los demás.