Ensayos y Desvanes

Encontramos en Unamuno, Juan Ramón Jiménez o Gaya, por hablar de escritores muy cercanos, la idea de que necesitaban reflexionar sobre su trabajo o sobre el trabajo de otros para aclararse sus propias ideas, a menudo confusas y desorganizadas. “Lo que se sabe sentir se sabe decir”, nos dice Cervantes, en frase que a uno le ha gustado repetir tantas veces, y podríamos añadir a ello también que sólo lo que piensa, siente mejor. El ensayo debería ser, pues, una forma elaborada del sentimiento y, la idea es de muchos otros también, algo que viene después, no antes de la obra, sea propia o ajena, algo que llega con la misma naturalidad con la que debió ser hecha. Creo también que al frente de cada ensayo deberían colocarse las conocidas palabras: “Atrévete a saber”.

Los ensayos que he escrito tratan en su mayor parte de escritores a menudo denostados o preteridos por razones históricas o las modas, como lo estaban los tres que encabezan estas líneas cuando yo empecé a escribir, y muchos otros acaso de menor relevancia pero dueños igualmente de una verdad genuina y necesaria, que van desde Gómez de la Serna, Bergamín o Leopoldo Panero a Gutiérrez-Solana o Sánchez-Mazas.

No he tenido nunca una inclinación natural al pensamiento especulativo y teórico, de modo que mis ensayos han ido dibujándose siempre de un modo orgánico, irregular y poco abstracto, por intuiciones y asociaciones más que por estrategias. Tampoco he sentido la llamada del proselitismo o el apostolado estético. Al contrario, muchos de estos ensayos despertaron en su día reticencias, cuando no abierta hostilidad, nada serio por otra parte, ya que el tiempo y el paso del tiempo han sido generosos con alguno de ellos.