Una tarde de 1979 fuimos Juan Manuel Bonet y yo a visitar a Francisco Giner de los Ríos, que vivía en la calle Santa Isabel. Hablamos de poesía, claro. Nos mostró la colección completa de los libros que editó en Méjico con su cuñado Joaquín Díez-Canedo, los preciosos tomitos de Nueva Floresta, a la que Juan Ramón Jiménez entregó sus Romances de Coral Gables y Voces de mi copla. Salimos de allí resueltos a hacer algo parecido. Unos meses después le llevábamos las dos primeras entregas de La Ventura, un librito del propio Giner y otro de Francisco Pino, de quien habíamos tomado el nombre de la colección. Se hacían tiradas de doscientos ejemplares, de los que colocábamos la mitad a duras penas entre los amigos, y yo personalmente cuidé todas y cada una de ellas en la imprenta de Prudencio Ibáñez en Torrejón de Ardoz. El diseño de las cubiertas lleva el nombre de Diego Lara, a quien siempre agradecí que no quisiera quitarlo, sabiendo que las había hecho yo imitándole en lo posible. Junto a las plaquettes, aparecieron tres libros más, uno del pintor Carlos Alcolea, otro de Juan Navarro Baldeweg y Junto al agua, el primero mío de poemas, cuya cubierta es, ella, sí, enteramente de Lara, como lo había sido el logo del caballito.